Bienvenidos
al espacio de Crisálida, escuela de Alquimia Espiritual, fundada por quien les
habla, Carolina Iglesias.
Hoy te invito a empezar a desasociar una
propuesta cualquiera de la persona que la propone; es decir, darnos cuenta de que
las personas proponemos cosas, pero no
somos aquello que proponemos. Por ejemplo, si un amigo me invita al cine,
la ida al cine y mi amigo claramente no son lo mismo. Si le digo que “no” a la
propuesta, no estoy diciéndole “no” a la persona, solo a la propuesta. Sin
embargo, en las estructuras de supervivencia, muchos hemos asociado e igualado
propuesta con persona, y así, si proponemos algo y nos dicen que no, nos
sentimos heridos. Por eso, solemos decir que sí a propuestas que no nos
resuenan con el solo fin de no herir a quienes las proponen.
En primer lugar, vamos a mirar esta
dinámica desde la perspectiva de quien propone. ¿Con qué libertad proponemos
cosas a los demás? Cuando le acerco una invitación o una propuesta a alguien,
¿considero de antemano cómo voy a sentirme y responder si rechazan mi
propuesta? ¿Soy libre de recibir una negativa a mi propuesta sin sentir un
rechazo a mi persona? A veces esto depende de qué tanto me identifico con mi
propia propuesta; otras veces mi propuesta está enmascarando ganas de compartir
más tiempo con alguien o de obtener algo de alguien; y muchas otras veces, mis
propuestas están basadas en carencias propias que busco llenar con aceptación
ajena. Si tengo la valentía de sincerarme conmigo misma, de ser transparente
con mis intenciones, voy a tener la oportunidad de acudir a mi propia fuente
sabia y amorosa para obtener lo que realmente necesito, y así luego voy a poder
reformular la propuesta a fin de que no sea una manipulación encubierta.
En segundo lugar, observemos esta
dinámica desde quien recibe una propuesta o invitación. ¿Cuántas veces
aceptamos cosas que no nos resuenan solo para no fallarle a la persona que nos
hace la propuesta? Los pensamientos que suelen acompañar esta conducta son, por
ejemplo: “Si esta persona pensó en mí para esto, será por algo” o “Se está
esforzando por hacer algo nuevo, ¿cómo no lo voy a apoyar?”, o “¡Está tan
entusiasmada con esto! A mí no me resuena, pero no quiero ser yo quien le
pinche el globo”. Todos esos
pensamientos parecen muy loables y amorosos con las personas que proponen, pero
mirándolos de cerca, ninguno de ellos muestra qué siento yo respecto de la
propuesta; todos esos pensamientos parecen justificaciones para decir que “sí”
a algo que intuyo que para mí es un “no”.
Es así que observar mis pensamientos
atentamente, con perspectiva, desde mi centro, me permite detectar qué está
diciendo mi intuición. Si los pensamientos que veo respecto de una propuesta
son más bien de defensa de una decisión, lo tomo como una luz de advertencia,
una invitación a indagar qué siente mi aspecto sabio al respecto.
El tema con nuestro aspecto más sabio es
que es sutil y sereno. No se anuncia a sí mismo con carteles luminosos y frases
tentadoras. Aguarda pacientemente a que vayamos a consultarlo. Sin embargo,
cada vez que tomamos una decisión solo desde la identidad de supervivencia, sin
consultar con nuestra sabiduría esencial, nos queda un sabor amargo. Ese sabor
amargo es un indicador de que nos hemos fallado. Al traicionar o ignorar lo más
puro y genuino de nosotros mismos, hemos avanzado separados de nuestro aspecto
primordial y esencial, el que está desnudo del camuflaje de supervivencia.
La invitación de esta semana es observar
en cuánto la asociación entre “propuesta” y “persona que propone” está activa
en nosotros. Una vez detectada, tenemos la posibilidad de desasociar los
términos para poder proponer y aceptar y rechazar propuestas con verdadera
libertad.
Si te entusiasma profundizar la aventura
de descubrir quién eras antes de que te dijeran quién ser, te espero en mi
página de Facebook, @CrisalidaAlquimia. Hasta la próxima.
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