domingo, 4 de junio de 2017

La pieza fundamental: la relación entre el Maestro Interno y el Aprendiz Interno


Sucede cuando llevamos largo tiempo evolucionando en forma consciente y deliberada en el plano humano que vamos alcanzando frecuencias y vibraciones cada vez más elevadas. Experimentamos esos momentos con mucha intensidad y llegamos a niveles de entendimiento muy elevados, donde la mente entiende claramente que ciertas reacciones son distorsiones de lo que sabemos es “nuestra verdad”. 

La mente entiende, por ejemplo, la lógica que somos seres únicos e irrepetibles, como tan claramente lo muestran nuestras huellas digitales y el mismo ADN, por lo tanto, compararnos con otro ser y sentirnos menos o más es tan ridículo como comparar huellas digitales y asignarles un valor o un “debería ser distinta…”. Sin embargo, cuando la mente alcanza ese grado de claridad, nos está mostrando el siguiente mojón al que estamos regresando, nos muestra el siguiente (o uno de los siguientes) puntos de inflexión y evolución en el camino, por lo tanto, no todos nuestros aspectos están alineados con esa verdad todavía, hay aspectos esencialmente humanos que tienen que ser escuchados, atendidos y abrazados en su incoherencia, dolor, confusión, enojo, etc. Pero resulta que ese acompañamiento “de la mano” a esos aspectos tan bella e inocentemente humanos no nos resulta tan atractivo como seguir explorando los niveles vibratorios y las frecuencias más elevadas. Nuestra mente, que ya “vio” la coherencia y la lógica quiere seguir adelante, y mientras esto sucede, hay aspectos que van quedando relegados.

Es entonces --cuando ya no es posible seguir avanzando en vibración y frecuencia sin antes integrar los aspectos humanos que aún tienen que realizar el camino evolutivo “por el camino de ladrillo amarillo”-- que algún evento o situación se nos presenta en el cual es imposible continuar ignorando a estos aspectos que requieren atención y acompañamiento. Son los momentos en los que afloran emociones de celos, enojo, angustia, ansiedad, desprotección, tristeza, aislamiento, etc.

Si hemos venido transitando el camino evolutivo conscientemente, seguramente hayamos creado o descubierto espacios internos de absoluta seguridad y amor incondicional a los que invitar a los aspectos en proceso de ascensión a expresarse, hacer su berrinche, patalear, llorar, maldecir y hacer lo que necesite hasta que la carga emocional haya sido expresada y liberada en su totalidad. Es en esta instancia que demostramos la evolución que hemos alcanzado, cuando el aspecto humano ya integrado (el Maestro Interno) muestra compasión, amor incondicional y total aceptación por los aspectos humanos que están en proceso de integración (el Aprendiz Interno).

Es fácil para los seres no encarnados amar y aceptar incondicionalmente; el verdadero desafío y la verdadera grandeza humana está en lograr amarse y aceptarse incondicionalmente a sí misma. Cuando un ser humano abre este espacio de Oasis en sí mismo para sus aspectos humanos no integrados, todos sus aspectos más elevados e infinitos pueden sumarse y aportar más amor y sostén, pero es el humano en su libre albedrío el que haciéndolo él primero en su condición de ser que experimenta desde el olvido el que abre las puertas para que todos los aspectos infinitos puedan facilitar y acelerar el proceso de integración.

Para llevar esto a un plano más accesible, podemos recurrir a la siguiente analogía. Imaginemos queremos pintar un cuadro. La mente ve la imagen en forma inmediata, sin embargo al cuerpo le lleva un grado de destreza y un “tiempo” en manifestar esa imagen sobre un lienzo en blanco. Es posible que la mente se entusiasme con muchos diseños que quiere plasmar en diversos lienzos antes de sentarse a dibujar uno cualquiera, pero tendrá que “desacelerarse” y acompañar el proceso del cuerpo y de la mano, conocer las características de las diversas pinturas, lograr habilidad con los diversos pinceles y la maestría en su uso hasta que la imagen mental se refleje en un lienzo físico. Es en este proceso que nuestra evolución se pone de manifiesto, en el diálogo interno entre el Maestro y el Aprendiz que se genera mientras estamos dibujando y pintando. El Maestro Interno refleja el grado evolución alcanzado según la paciencia, la amorosidad y la calidez con la que trata al Aprendiz Interno y según el espacio de Oasis que crea para que el Aprendiz pueda expresarse, innovar, equivocarse, corregirse, y sobre todo *disfrutar* de su proceso creativo. Ese es el verdadero marcador, no el dibujo plasmado en el lienzo final.

Es por eso que la relación entre el Maestro Interno y el Aprendiz Interno me parece una pieza tan fundamental, ya que es el umbral a frecuencias más elevadas Dicha relación es la verdadera muestra de la automaestría alcanzada, el verdadero triunfo interno y la verdadera gloria. 

Saber que la evolución en el plano humano se da a partir de estos nodos de interacción directa entre el Maestro y el Aprendiz internos facilita la experiencia de estos pilares de reconocimiento y evaluación del propio avance y hace que su tránsito sea una ceremonia iniciática que abre el portal al siguiente escalón evolutivo.


Vitki Carolina